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Hay momentos en los que nuestra mente se intoxica con un solo pensamiento y consideramos que únicamente es válido nuestro punto de vista. Nos burlamos de cosas que no entendemos y nos paramos en lo más alto de nuestra soberbia, seguros de saber lo que otras personas necesitan hacer y cómo deben vivir. Convencidos de estar en posesión de la verdad no entendemos como es que los demás no adoptan el ideal de vida que queremos imponerles. Pero incluso en nombre del amor, esta actitud es pura arrogancia y el resultado es tensión, ansiedad y miedo porque optamos por el control en vez de por la comprensión.
¿Qué sientes cuando no quieres asumir los “deberías” que tratan de imponerte los demás? ¿Qué emociones experimentas cuando no logras convencer a los demás de que acepten para sus vidas los modos y maneras que para ti son los adecuados?Cuando criticas, ¿consideras que conoces todos los datos de la vida que te estás aventurando a censurar? ¿Crees que sabes lo que es mejor para todos y cada uno en cada momento? ¿Estás ofreciendo el respeto y la comprensión que deseas para ti?
Con el tiempo vamos tomando más y más conciencia de nuestro potencial de ser y de la posibilidad de actualizarlo y extenderlo a cada instante. Tomar conciencia de ese potencial nos conecta con el corazón de la vida a la que pertenecemos, que se expande con nosotros. Pero al enfocarnos sólo en los modos y maneras de ser podemos perder de vista el valor de lo que hay detrás de esas formas y que es la vida mostrándose en sus infinitos aspectos.
Frente a esta perspectiva, la voluntad de apreciar, la determinación de valorar lo esencial, se abre como una luminosa posibilidad para desarrollar una sana autoestima y facilitar el reconocimiento de la propia valía en el mismo nivel que la valía de los demás. En este sentido, apreciar significa:
Reconocer y salvaguardar en nuestra conciencia el esencial valor de cada ser humano. Somos valiosos ya simplemente porque somos aspectos únicos e insustituibles de esa totalidad que es el infinito universo.
Ver y bendecir, ayudando a que el otro se sienta relajado ante nuestra mirada y merecedor de nuestro reconocimiento, recordándole que es una expresión única e irrepetible de la vida, con una función que realizar, un potencial a desplegar, y siempre digno de amor y respeto.
Atenderse y atender, colaborando a que el otro se sienta merecedor de consideración y en paz con su existencia, junto con nosotros. Hacerle saber que apreciamos sus riquezas interiores, aún aquellas que él mismo desconoce pero que nosotros somos capaces de descubrir desde la confianza que le ofrecemos.
Valorarse y valorar, motivarse y motivar, e incentivar la contribución personal como valor creativo ayudando a que todos se sientan útiles y contentos de compartir su particular abundancia como aportación a la totalidad.
Honrar aceptando la experiencia del otro sin pretender modificarla sino comprenderla; reconociendo su derecho a elegir su propio camino y valorándolo por ser quien es y no por cómo los demás esperan que sea.
Dar la bienvenida y crear espacios en los que todos encontremos nuestro lugar y podamos dejar nuestra huella, reconociendo nuestra pertenencia a un todo mayor en el que podemos aunar nuestros propósitos.
Decía Gregorio Marañón: “No podrás saber lo que valgo hasta que no pueda ser junto a ti lo que soy.” Quizás tampoco podemos entender y valorar la vida si no aprendemos a respetar y a apreciar cada uno de sus aspectos. Pero si buscamos nuestra intención más profunda podremos encontrarnos, más allá de miedos y desconfianzas, resentimientos y culpabilidades, con un deseo inocente de ser, de autorrealización, de sentirnos felices y en paz, de amar y ser amados, y de sentirnos unidos, en libertad y con alegría de vivir. Esta buena voluntad nos hermana y a ella podemos apelar para encontrar caminos que respetando las aparentes diferencias nos acerquen al objetivo común de amarnos para, apreciándonos, conocernos.