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El viaje de la vida, como recorrido que pasa por las estaciones de los diferentes cambios vitales es un proceso dinámico hecho de encuentros y despedidas. Tarde o temprano hay que decir adiós a trozos de la existencia y dar la bienvenida a lo nuevo. Pero hay quien no acepta esta evidencia, quien desea conservar todo lo que tuvo, quien querría llevar en una mochila personal todo lo que se cruzó en su camino.
¿Tienes dificultades para concentrarte en lo que tienes en vez de en lo que perdiste? ¿Te pesan cargas emocionales del pasado? ¿No sabes cómo despedirte de algo o de alguien? ¿Te engañas creyendo que tu felicidad depende de tu vinculación a una cosa o persona determinada? ¿Te sucede que la paralización necesaria para acumular y mantenerlo todo te impide avanzar con fluidez? ¿Te sueles quedar hipnotizado mirando el pasado con melancolía, con dificultades para ver los regalos que el presente te trae?
Cada persona muestra diferentes sensibilidades frente a estas experiencias de cambio pero, con frecuencia, las despedidas no suelen ser asunto fácil de gestionar. La dificultad está muy relacionada con la vivencia del apego, ese estado emocional de vinculación compulsiva a una cosa o persona, fundamentado en la creencia de que sin ello, no será posible ser feliz. Habiendo desplazado el núcleo de nuestra identidad, creemos que no seremos nadie tras la despedida, o que no tendremos fuerzas para seguir adelante.
¿Cómo hacer para despedirnos bien, para vivir un sano desapego? ¿Cómo equilibrar, ser sensibles a la dimensión afectiva de las relaciones con las personas y las cosas, con permitirnos fluir dentro la dinámica de cambio propia de la realidad? No conozco recetas mágicas, pero en mi experiencia personal y profesional he comprobado que tener en cuenta los siguientes aspectos puede resultar muy útil y terapéutico:
a) Considerarnos formando parte de un todo, en infinita y creativa evolución, nos ayuda a ver los cambios como transformaciones y no como rupturas o pérdidas. Sentirnos hermanados en una realidad mayor nos permitirá poder decir adiós a determinados aspectos de una relación, pero no a la relación en sí. Podremos disfrutar más de los regalos de la vida aceptando que la caducidad de algunos de sus aspectos forma parte de la dinámica vital en la dimensión material.
b) Necesitamos tiempo para adaptarnos a los cambios y conviene respetar el proceso de maduración natural de una despedida. Precipitarnos puede impedirnos recoger el fruto de la vinculación, pero demorarnos en exceso puede paralizarnos en una expectativa ilusoria. Podemos facilitar el ritmo natural del cambio abriéndonos a la vivencia emocional que el proceso conlleve, permitiendo la expresión de emociones y pensamientos en relación al objeto de la despedida. Con esta apertura facilitamos el cierre de asuntos pendientes que a su vez nos permitirá ir soltando amarres con la situación.
c) Es importante equilibrar la balanza de la pérdida en el tener con el aumento en la balanza del ser. Desprendernos de algo que teníamos resultará un proceso más llevable si tomamos conciencia de que no dependemos de ese algo para ser. Y aún en el ámbito del tener, maduramos permitiéndonos transitar el dolor del adiós sabiendo que a cambio nos quedamos con la riqueza interior del aprendizaje. Las pérdidas son oportunidades de las que podemos salir fortalecidos porque generamos más recursos para adaptarnos a situaciones nuevas. Se trata de poder celebrar en el presente la sabiduría vital que esos encuentros nos posibilitaron.
d) Resulta muy terapéutico desarrollar rituales de despedida acompañados por personas que realmente puedan, empáticamente, darnos apoyo y consuelo. Es importante permitirnos vivir el luto, en todos los niveles, aceptando el apoyo social pero también la inestabilidad emocional, la disminución energética y de actividades así como la necesidad de intimidad y de aislamiento temporal. Considero que todos los cambios vitales, conviene transitarlos desde una disposición emocional equilibrada que incluya: Encuentro con una nueva base de estabilidad, aumento de la flexibilidad de miras y posturas vitales, apertura emocional que nos facilite ir al encuentro del momento presente sea cual sea la forma en que se muestre y determinación para seguir adelante acompasando nuestro ritmo al ritmo de la vida que nos aúna. La alquimia interna promovida por el fuego de la sabiduría interior nos ayuda a ir cambiando de nivel y nos posibilita comprender que toda despedida de algo es un paso que nos facilita el encuentro con el todo.