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Considero que todas y cada una de las circunstancias pueden ser la oportunidad, si les damos ese propósito, de descubrir la profunda experiencia de amar lo que es y de reconocernos en ese proceso, siendo amor, amando. Entiendo que es un proceso natural, que siempre está sucediendo y el aprendizaje consiste en permitirnos ser plenamente conscientes de ello. La aparente dificultad son los obstáculos en nuestra conciencia que nos conducen a una errónea percepción de nuestra experiencia.
En base a estos supuestos agradezco al universo del que formo parte, tener la capacidad para poder elegir siempre y en todo lugar, nuevas interpretaciones de mis vivencias, el ser capaz de encontrar perspectivas que me facilitan el tomar conciencia de la paz y la alegría de ser, flujos de energía vibrando libremente en mi interior. Algunas veces, logro esa feliz conciencia de fluir con la vida, sin resistencia. Otras veces quedo atrapada en pensamientos estresantes y genero una frustrante necesidad de control que me impide disfrutar en paz y con plenitud del momento presente.
Para ganarle terreno a este miedo que a veces nubla en mi conciencia la experiencia de amor a la vida, entre otras cosas, pongo mucho interés en cultivar la ecuanimidad. Ese talante que muestra el protagonista del cuento, que no se deja atrapar ni por la avidez ni por la aversión, mantiene la serenidad aun en la aparente dificultad, sabiendo que lo que a veces parece una bendición es susceptible de convertirse en una maldición y lo que parece una maldición en lo contrario.
Cada vez que observamos la realidad y ésta no muestra la apariencia que esperábamos, podemos aferrarnos a la visión de lo que falta, en lugar de centrarnos en lo que hay y en el valor que representa, más allá de que seamos capaces de percibirlo o no. Y además, podemos vivir esta sensación de carencia con la seguridad de que es la única perspectiva posible. Olvidando que partimos de un punto de vista y no de una verdad absoluta, rechazamos el momento presente y así queda bloqueada nuestra conciencia de estar unidos a la realidad, fluyendo con ella. Olvidamos la plenitud que sentimos cuando simplemente estamos abiertos a experimentar libremente cada instante, mientras vamos al encuentro de nuestros sueños más felices.
Podemos pensar que entendemos lo que está sucediendo y desde esa idea, juzgarlo. Pero si lo pensamos más detenidamente también podemos darnos cuenta que solamente tenemos información fragmentaria, pues lo que podemos ver se deriva de nuestra percepción individual. Y la realidad abarca a la totalidad de lo que es. Al ser honestos sobre este asunto aceptamos el misterio y nos sentimos menos impulsados a juzgar porque reconocemos que hacerlo cabalmente es algo que está más allá de nuestro presente entendimiento. En el reconocimiento del “no sé” se abre una puerta a la libertad de contemplar otros supuestos, otras alternativas de pensamiento.
La ecuanimidad no compara ni aspira a controlar sino que elige contemplarlo todo desde el filtro de la confianza. Con esta actitud aprendemos a experimentar la vida más plenamente. Sabemos que nos es imposible controlarlo todo pero podemos sentirnos vinculados a todo lo que existe y desde esa unión intuir un orden dentro de ese aparente caos. Como cuando nos damos cuenta que no necesitamos controlar los latidos de nuestro corazón o la velocidad de giro de nuestro planeta pero confiamos en su adecuado curso de funcionamiento.
Más allá de los juicios a los que se aferra una parte de nuestra mente, hay otra manera de percibir, ecuánimemente, desde la confianza. Se trata de usar nuestra libertad de decisión para identificarnos con esa amorosa y todo abarcadora conciencia testigo, intuitiva e inocente inteligencia espiritual. Es una experiencia que se abre camino por si misma en cuanto nos colocamos en la disposición de ánimo, en la actitud de recibirla.
Cultivando la ecuanimidad podemos ofrecer y ofrecernos un doble regalo: confianza y libertad de ser. Desarrollando la ecuanimidad no enfocamos nuestra atención en la forma de lo que está sucediendo sino en el sentimiento desde el que lo estamos viviendo. Y el sentimiento antes de que lo cataloguemos con algún nombre, es flujo de energía vibrando libremente. En nuestra mente y en nuestro corazón una consigna orienta la acción: amar lo que es para así permitirlo ser y siendo con ello, comprenderlo y por lo tanto, comprendernos. Yendo más allá de las etiquetas, de la mano de la ecuanimidad, podemos empezar a liberarnos de nuestros prejuicios y a contemplar con más compasión y ternura.
Desarrollar la cualidad de la ecuanimidad significa apoyar la voluntad de ser, pues más allá de la forma de cada circunstancia, nos centramos en mantener libre el flujo de energía que nos une con la vida entera, sin permitir que una interpretación mental bloquée, en nuestra conciencia, la gozosa experiencia de amar. Comprendemos que no podemos separarnos de la vida por más que mentalmente nos hagamos a esa idea y que ese pensamiento de separación nos genera frustración y miedo.
Por el camino florecido de ecuanimidad, podemos volver a recordar, paso a paso, con ánimo equilibrado, le profunda alegría de ser. Una alegría que no tiene que ver con el paisaje del camino, sino con la persona que te conviertes al transitarlo y con lo que se convierte tu vida al sentirla una contigo. La vida ampliando su conciencia de si misma al transitarse al ritmo del amor con el que, cada cual, como parte de esa vida, abrazamos cada experiencia.