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Independientemente de las circunstancias podemos hacernos responsables de nuestra manera de pensar, sentir y actuar. Podemos pasar de sentirnos objetos pasivos a sujetos activos con propósitos conscientes que convocarán la energía necesaria para afrontar todo tipo de situaciones.
Con frecuencia tendemos a demorarnos en el área de las preocupaciones, pero es importante enfocar pronto la atención dentro de nuestra zona de influencia, el espacio en el que podemos pasar a la acción desde una posición de responsabilidad. Para realizar con agilidad este cambio de enfoque y hacernos pronto cargo de nuestra experiencia, es útil:
Comenzar aceptando. Aceptar significa reconocer que no tengo control sobre algunos asuntos, pero que sí puedo tener una influencia directa o indirecta sobre otros. Lo que muy a menudo obstaculiza una acción efectiva es optar por la resistencia en vez de por la aceptación. Cuando nos resistimos a lo que es, las emociones emergentes queman nuestra energía. Cuando nos engañamos diciéndonos que si no cambian las personas o las situaciones a nuestro alrededor no podremos sentirnos en paz, promovemos un alto nivel de frustración porque ver afuera, tanto los problemas como las soluciones, nos resta poder de acción.
Darnos cuenta que estamos ante interpretaciones de la realidad. Cada vez que algo nos sucede le buscamos una explicación. Y la mayoría de las veces confundimos esa interpretación particular con los hechos. Además, según la explicación que nos hayamos dado habremos generado un estado emocional que influirá en la elección de nuestras respuestas. Pero no habrán sido los hechos los que nos hayan inclinado a escoger esas respuestas sino nuestras interpretaciones, nuestros juicios, conscientes e inconscientes, sobre los acontecimientos. Dichas creencias sobre cómo deberían ser las cosas nos llevan a comparar y a percibir lo que falta en vez de ver lo que hay. Y esa percepción también nos aleja del presente, el único territorio para la acción.
Hacernos preguntas y dejar que las respuestas aparezcan en nuestro interior. Tú tienes todas las respuestas que necesitas. Escucha con receptividad y confianza:
¿Estoy viviendo una interpretación como si fuera cierta? ¿Cuál es la realidad de esta situación? ¿Tengo la absoluta certeza de que es verdad, lo que estoy creyendo? ¿Cómo vería la situación si no la condenase, si pudiera verla libre de mis juicios negativos sobre ella? ¿Estoy abierto a las diferentes maneras que existen de observar esta situación? ¿Cuántas explicaciones puedo imaginar para este mismo asunto? ¿Se puede afrontar esta cuestión desde diferentes puntos de vista? ¿Mi estado de ánimo en este momento está relacionado con lo obvio o con lo imaginado? ¿A qué acciones me predispone dicho estado de ánimo? ¿Cuáles son mis expectativas? ¿Para qué…? ¿Cuál es mi propósito? ¿Cuáles son mis exigencias con respecto a los demás? ¿Qué le estoy exigiendo a la vida y la vida no me da? ¿En qué quiero tener razón? ¿A qué estoy resistiendo? ¿Es tan importante? ¿Cuáles son las alternativas que tengo en este momento frente a este asunto? ¿Cómo puedo convertir esta situación en una oportunidad de aprendizaje?
Se trata de una actitud de buena voluntad y de apertura para conseguir no estar atados a una única manera de ver las cosas. Es el primer paso para cambiar la percepción de la realidad, clave para un avance espiritual auténtico. A partir de esta actitud podemos clarificar nuestros pensamientos y ubicarnos en una nueva mentalidad que reúna las condiciones necesarias para experimentar la vida con una comprensión más profunda. Todas las acciones quedan determinadas por el nivel de consciencia desde el que se contempla la situación. La realidad nos espera más allá de la historia que nos contamos sobre ella. Y hay una sabiduría interior que busca manifestarse en lo cotidiano. Como decía Horacio, el poeta romano, "Atrévete a ser sabio; ¡ahora! El que pospone la hora de vivir correctamente es como el patán que espera a que el río se seque antes de cruzarlo."