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Se escuchan historias de personas que en situaciones límites fueron capaces de ir mucho más allá de lo que se creían capaces. Encontraron en su interior fuerza, generosidad o valentía que no imaginaban que poseían. Su ejemplo nos anima a confiar en el potencial del espíritu humano y a entrar en conexión con esa fuente de recursos en nuestro interior para aceptarla y apoyarla en su manifestación. Así como la experiencia con el violín de su amigo le sirvió a Paganini para comprender que la música estaba en el y no en el violín, igualmente nuestras experiencias de vida pueden ser el camino que nos conduzca a descubrir nuestra esencia y la particular sintonía de la vida que hemos venido a expandir. Melodía individual dentro de la sinfonía universal. ¿En dónde pones tu confianza cuando percibes dificultades? ¿En qué te sustentas cuando te sientes inestable? ¿Dónde buscas orientación cuando has perdido el norte? ¿Cómo encuentras el coraje para cambiar lo que ya no funciona? ¿Desde qué lugar te llenas de poder cuando crees que las circunstancias te van a superar? ¿Cómo logras encontrar una y otra vez esperanza y entusiasmo? ¿De dónde brota tu alegría de ser?
En ocasiones todo aquello en lo que nos estamos apoyando se tambalea. Nuestro entorno no nos responde, el cuerpo enferma, los pensamientos negativos nos desbordan, perdemos el equilibrio en medio de intensas emociones, las creencias se desmoronan y hasta nuestro sentido de identidad se debilita, … pero aún así, seguimos adelante. ¿En dónde reside la fortaleza, la sabiduría y el amor a la vida que en situaciones así nos empuja y nos sustenta? En esos momentos comprendemos por experiencia que nuestra fuente de recursos es algo más profundo y estable, que no podemos asir pero que sabemos de su existencia porque confiando en ello volvemos a encontrarnos en paz. Es más, parece que todo lo demás no sea más que una forma de apoyar el despliegue de ese centro, lo más esencial en cada uno y en todo lo que es. Y en esa toma de conciencia creamos un puente que podemos volver a recorrer en cada instante. Es la conexión con nuestra esencia, nuestra inteligencia espiritual, cuna de nuestros sueños y anhelos así como de nuestros dones y capacidades. El hogar interior al que siempre podemos volver para encontrar paz, fortaleza y guía.
¿Cómo experimentas tú ese nivel más profundo? ¿Te das cuenta que por formar parte de la vida tu esencia forma parte de un campo más amplio de conciencia? ¿Cómo podemos favorecer la apertura receptiva a esa fuente de recursos?
Decía Alejandro Jodoroxsky: “¡Maestro, busco pero no encuentro! ¡Cesa de buscar y provoca las condiciones adecuadas para recibir!” Entre esas condiciones quiero destacar las siguientes:
Abrirnos a la experiencia de confiar en dicha fuente para así permitir la manifestación de una inteligencia espiritual e intuitiva. •Convivir con el misterio, reconociendo el “no se”, y por lo tanto, haciendo las paces con aquello que se sale de nuestros esquemas mentales limitadores. •Encontrar momentos de silencio y quietud en los que abrirnos con estimación al momento presente. Es el umbral para entrar en conexión con la esencia de todo lo que es y que más allá de cómo lo denominemos es una experiencia de paz.
Disponer el ánimo para colaborar con buena voluntad, y desde el respeto y la empatía, al despliegue de la vida en nosotros y en todo lo que es con nosotros.
Estar alerta para tomar conciencia de lo que somos, algo que se irá desvelando cuando comprendamos que lo importante no es la forma de la vida, sino aquello a lo que esta forma sirve y que se puede manifestar a su través.
Buscar el equilibrio en nuestro enfoque para aprender a contemplar la esencia mientras miramos la apariencia, como admiramos el mar mientras disfrutamos con las olas.
Recordar que siempre el trabajo es el de deshacer una forma de ver que nos impide contemplar la realidad de lo que ya somos y así caminar con paso confiado por la senda del reconocimiento.
Aprender a recibir cada experiencia como una posibilidad de encontrarnos con nuestra esencia cuestionando las interpretaciones que, viviéndolas como certezas, nos limitan.
Permitirnos experimentar con diferentes actitudes para que sea la propia experiencia la que nos muestre que la fe que estamos poniendo en nuestra fuente de recursos, está justificada.
Aceptar, disfrutar y vivir con entusiasmo la pertenencia a la vida cuya esencia nos hermana como a las facetas de un diamante que a su vez brillan con su propio matiz de luz.
Decía Ghandi que creer que lo que no ha ocurrido hasta ahora no ocurrirá jamás, es no creer en la dignidad del hombre. Y también decía que hemos de ser el cambio que queremos ver en el mundo. En esa línea, por mi parte, confío en la fortaleza que se despliega cuando, con el corazón abierto, te mantienes en equilibrio en tu propio centro, permitiéndote como ser humano, manifestar tu dimensión espiritual. Esa es la música que espero que acertemos a entonar en cada instante, sea cual sea la forma de vida que cual violín de Pagannini tengamos que utilizar, para compartir nuestra melodía. Ese también es mi deseo en esta Navidad y para el Año Nuevo. ¡Felicidades!