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¿Recuerdas algún momento de tu vida en que un miedo se adueñó de ti? ¿Qué precio pagaste por eso? ¿Recuerdas cuando fuiste capaz de adueñarte de una situación aun sintiendo miedo? ¿Cuál fue tu recompensa?
Tenemos miedo cuando creemos que existe la posibilidad de que suceda, o de que haya sucedido, algo malo, perder algo que valoramos, o no conseguir un resultado deseado. El miedo es una emoción que se presenta, nos avisa de un peligro, e invita a la acción, la preparación y el uso de energía para proteger aquello que apreciamos. También anima a investigar lo desconocido y a tomar las medidas de precaución que resulten más convenientes para protegernos de una amenaza.
Pero, ¿qué sucede cuando los miedos son ilusiones que vivimos como si fueran ciertas? ¿Te has sentido alguna vez secuestrado por el miedo, sintiéndote paralizado, incapaz de verificar los hechos y de avanzar hacia tus objetivos? Los miedos surgen de diversas fuentes. Es interesante tomar conciencia de ellos, aceptarlos y examinarlos para determinar su origen y si son o no infundados.
Puede que se trate de miedos que se remontan a la niñez, dado que los padres tratan de hacer todo lo posible por proteger a sus hijos. Cuando éramos niños aprendimos a tener miedo de las cosas nuevas, de lo desconocido o de todo aquello para lo que no teníamos explicación. Pensamos que el pasado es una buena fuente de información de lo que puede ocurrir en el presente y en el futuro y confundimos interpretaciones con hechos. Aprendimos el comportamiento y hoy lo seguimos empleando automáticamente, aunque las circunstancias sean diferentes y tengamos muchos más recursos que entonces. Nos vemos como víctimas a merced de los acontecimientos olvidando nuestra capacidad para responder frente a la situación. Olvidamos que, aunque no puede alterar las circunstancias, siempre podemos actuar sobre el efecto que los acontecimientos tienen sobre nosotros a distintos niveles.
A veces utilizamos nuestros miedos para justificar nuestra imposibilidad de llevar a cabo ciertas cosas. Elegimos tener miedo con tal de no salir de nuestra zona de comodidad. Y odiamos admitirlo porque creemos que tener miedo está mal.
Es el momento para detenernos y averiguar las razones de ese miedo: ¿Qué tienes miedo de hacer? ¿Qué te asusta? ¿qué te imaginas que puede suceder? ¿qué pérdida te ocasionaría que eso sucediese? ¿qué te hace pensar que eso puede suceder y que si sucede te causará daño? ¿se te ocurre alguna forma de reducir la probabilidad de que eso suceda? ¿se te ocurre alguna forma de reducir la magnitud del daño que sufrirías en el caso de que eso suceda? ¿Podrías hacer mas importante la posibilidad que el temor te descubre que el miedo propiamente dicho? ¿hay alguna otra cosa que necesitarías hacer para estar en paz aunque sigas sintiendo miedo?
Desde esta perspectiva de investigación, el miedo puede ser nuestro amigo, porque por lo general, tenemos miedo por alguna excelente razón. A menudo, la mejor solución es enfrentar ese miedo para luego entrar en acción. Analiza el por qué de tus miedos y piensa en lo que podrías hacer para mitigarlos. Entonces, te será mucho más fácil ponerte manos a la obra. No tenemos el poder de hacer desaparecer el miedo una vez la emoción se instala en nosotros, lo que podemos hacer es aprender a hacer las cosas sintiendo esa sensación. Cuando hayas aprendido a ponerte en acción con miedo, este aprendizaje te durará para siempre. Visualízate teniendo coraje, recordando las veces que lo supiste actualizar para enfrentar lo que te atemorizaba. Recuerda que si una vez tuviste coraje es porque es parte de ti y por lo tanto está disponible, a tu alcance, siempre que lo necesites.
Cuando uno canaliza su miedo mediante acciones concretas, tiene mayor probabilidad de reducir el riesgo que lo acecha o los daños que pueden ocurrir. Más allá del resultado final, quien actúa en coherencia con sus valores y objetivos experimenta durante el proceso su integridad personal. Sabe que hizo lo mejor posible más allá de los resultados. Así, puede acceder a una sensación de paz interior. En este estado, es capaz de aceptar la posibilidad de una pérdida y prepararse para afrontarla.
Si quieres realizar tus sueños, tendrás que correr algunos riesgos. Las personas que nunca se arriesgan suelen anquilosarse y marchitarse. Necesitamos coraje para ser emprendedores, definiendo el coraje como esa cualidad de carácter que te permite hacer lo que hay que hacer, enfrentar con valor el peligro, sabiendo que existe la posibilidad de que lo peor ocurra. El riesgo es una invitación a expandirse y saltar las propias limitaciones. Entonces el máximo potencial del ser humano aparece para hacerse cargo de la situación. Como decía Anais Nin, la vida se contrae y se expande en relación directa a nuestro coraje.