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El mundo es tu percepción de la realidad. Construimos nuestra realidad interna según los supuestos que usemos al interpretar los mensajes que la retina envía al cerebro. Esos supuestos llamados modelos mentales, están profundamente arraigados e influyen en nuestra manera de entender el mundo. Experimentamos la realidad subjetivamente influenciados por nuestra biología, lenguaje, cultura e historia personal.
Eres el interprete de todo y ves lo que crees. Lo que experimentas en tu interior se refleja en tu exterior. Lo que tú crees que es el mundo es verdad para ti. En cierto modo se puede decir que lo que aceptamos como verdad es una ilusión, la realidad procesada por un determinado modelo mental.
Nuestro cerebro está recibiendo mucha más información de la que procesa. Nuestros juicios y objeciones determinan lo que creemos que es posible, y por ello lo único que el cerebro va proyectando es aquello que tenemos la capacidad de ver. Nuestras creencias, tales como "es mejor pasar desapercibido", "no confíes en extraños", "todos los hombres son iguales", "las mujeres son manipuladoras", etc… ilustran premisas de los modelos mentales que cada uno adopta desde su más tierna infancia, aún antes de tener ninguna capacidad de reflexión crítica. Estás ideas recibidas de manera inconsciente están en la base de nuestras actitudes y comportamientos habituales. Es fácil olvidarse de que el mundo en que uno vive y se desempeña está condicionado por esos modelos mentales y llevados por un apego a creencias profundamente fijadas, generar opiniones descalificadoras para destruir los desafíos a lo que uno cree que es verdad.
¿Cómo propiciar las condiciones que faciliten una visión más profunda y abarcadora que nos aporte paz y efectividad? Como coach personal suelo animar a mis clientes a poner en práctica y experimentar con nuevos marcos de referencia:
Cuestionar la verdad de tus juicios condenatorios. Adquirir el hábito de preguntarte: ¿Es eso verdad? ¿Me he tomado el tiempo para preguntártelo en silencio y escuchar la respuesta?
Convivir con la idea de que el mundo que vemos no existe al menos en parte.
Descubrir y afrontar con comprensión la historia con la que estamos disfrazando los hechos, a través de nuestra interpretación personal.
Aumentar las dosis de humor allí dónde esté cundiendo la rigidez mental.
Poner humildad frente a soberbia cuando nos descubramos queriendo controlar un universo que no hemos creado pero que deseamos que funcione según nuestro propio guión.
Jugar a ubicarnos en distintos puntos de vista. Ver los diferentes niveles de realidad que aparecen desde la perspectiva de una céluda o de una estrella, pasando por la posibilidad que ya baraja la física cuántica de que nuestra realidad más esencial sea la Unidad.
Invertir la forma de pensar y experimentar con la idea de que quizás lo que creíamos que podría tener efectos sobre nosotros está causado por nuestra propia proyección.
Ejercitarse en darse cuenta de los estados de ánimo que surgen como consecuencia de nuestras interpretaciones. Expresar el deseo de querer ver la situación de otra manera.
Cultivar el deseo de querer comprender todas las cosas creadas tal como realmente son y poner fe en el reconocimiento de la perfecta naturaleza de todo lo que existe.
Dejar de exigir a nada ni a nadie que cambie o se amolde a nuestro personal sueño de miedo y carencia.
Fomentar el autoconocimiento exento de juicios, en la confianza de que si recuerdas lo que eres, desde la inocencia esencial, dejarás de proyectar culpa para expandir paz.
Cambiar el hábito de pensar que todo a mi alrededor es ya una cosa que existe sin mi participación y recordar que el observador está siempre afectando aquello que contempla.
Discernir la diferencia entre aceptación y resignación. Trabajar para aprender a amar lo que es y para adquirir una mayor consciencia y responsabilidad frente a cada situación.
Es un alivio saber que vemos aquello que creemos, porque tenemos capacidad para cambiar nuestras creencias. Tienes la oportunidad de percibir cada situación como un medio para que tu mente te muestre lo que tu corazón quiere sentir. Y optar por el amor en vez de por el miedo. Podemos aprender a vivir más "cordial-mente".