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¿Dónde buscas lo que crees que has perdido o lo que piensas que te falta? ¿Dedicas tiempo a estar contigo mismo? ¿Te observas, te escuchas, te atiendes, te acompañas con aceptación? ¿Vives a gran velocidad con el piloto de los pensamientos automáticos puesto? ¿Te has cuestionado las ideas que tienes sobre ti mismo? ¿Sabes saborear con plena conciencia el momento presente?
Los seres humanos hemos desarrollado la capacidad de autoconciencia. Sabemos observar, con conciencia interior, lo que estamos experimentando y la forma como lo estamos haciendo, a la vez que somos conscientes de esta observación. Esta útil perspectiva, base de muchos ejercicios meditativos, puede llamarse metafóricamente, el observador interno o la conciencia testigo, y nos permite quitar la atención de la incesante cháchara mental promovida por nuestra personalidad y descubrir nuestra sabiduría interior. Es como recorrer los campos en busca de la oveja perdida y darnos cuenta que la llevamos encima.
Cultivando el arte de la percepción consciente podemos vernos y comprendernos en nuestras reacciones automáticas y nuestros comportamientos compulsivos, pero para que este ejercicio sea eficaz tenemos que contemplar con ecuanimidad, observar sin juzgar, mirar sin intención de argumentar y poner atención para reconocer lo que está ocurriendo. Así abrimos camino para salir de la identificación inconsciente con nuestros pensamientos, emociones, sensaciones y patrones de conducta. Somos algo más que nuestras molestias y problemas. El ego, ese conjunto de ideas limitadas sobre nosotros mismos comienza a dejar espacio a otra dimensión de identidad. Empezamos a permitirnos ser en forma consciente y aceptante y desde esa conciencia, desde esa autoestima incondicional, podemos desarrollar todo nuestro potencial.
Desde la antigüedad, se conocen dos líneas de meditación que resultan valiosas para cultivar la mente callada. Una de ellas desarrolla la capacidad de concentración y focalización. Se aprende a centrar la atención en sonidos o sílabas repetidos (mantras) o en una visualización interior, una imagen o un diagrama sagrado (mandala). La otra línea desarrolla la capacidad de percibir todo lo que experimentamos con receptividad y sin hacer juicios. Se aprende a dejar pasar por la conciencia los pensamientos e impresiones sin aferrarnos a ellos. Pero independientemente de la preferencia por una clase de prácticas u otras, es importante darnos cuenta que siempre, en cualquier momento, tenemos acceso a la conciencia testigo.
Puedes empezar seleccionando un periodo de diez minutos para sentarte y respirar en paz. Enfocar la percepción en el proceso semi-automático de respirar, produce inmediatamente una conexión con el aquí y ahora que tranquiliza la mente. Permanecer con la sencilla experiencia de nosotros mismos y de la situación nos permitirá descubrir que contamos con todo lo necesario para crecer y expandir nuestro ser. También, a lo largo del día solemos encontrarnos con momentos de espera que podemos utilizar para dejarnos caer en el momento presente. Relaja tus hombros y respira profundamente. Siente cómo tus pies tocan el suelo, cómo tus muslos descansan en el asiento. Sumérgete tan profundamente como puedas en la experiencia de ser, aquí y ahora, sin más complicaciones. Las prácticas de meditación tienen finalmente como objetivo hacer de nuestra vida cotidiana un continuo ejercicio meditativo manteniendo nuestra conciencia abierta a la experiencia de plenitud que guarda cada instante.
Como coach personal te sugiero que pruebes a reservarte un tiempo cada día para reestablecer una conexión más profunda con tu verdadera naturaleza. Entre los beneficios de esta práctica descubrirás que liberas otra dimensión de ser. Ves más clara tu libertad de escoger respuestas frente a cualquier circunstancia porque no te atrapan las condiciones físicas, ni te absorben los pensamientos ni te invaden las emociones. Desde esa libertad interior desvelada por la percepción consciente te permites entregarte de lleno a la experiencia con un amor incondicional. Fluyes con la vida, co-creando con ella. Posibilitas visiones de totalidad e interdependencia y ya no te quedas constreñido en tu propio drama egocéntrico. Aprendes a afrontar las situaciones contando no sólo con tu inteligencia física, mental y emocional sino también con tu inteligencia espiritual.